Mi vicio por escribir se convirtió en una herramienta mágica. A veces hasta lo más rudimentario nos puede hacer los sueños realidad. Así ocurrió en mi pequeña historia…
No podía estar más cansada, trabajé aquel día no se si llega a diecinueve horas seguidas, casi como la edad que cumplía al día siguiente, veintiuno. No hay derecho, menudo cumpleaños. Por fín me acercaba al metro aún con mi uniforme blanco con un pequeño delantal negro bordado en encaje también igual de oscuro. La gente me dice que si paso frío con esa microfalda, pero no, estoy más que acostumbrada ya. Y más me vale. Maquillaje ligeramente corrido, zapatos llenos de manchas por la caída de bebidas, harina, mahonesa, de todo, normal por trabajar en un bar. Pero ya me iba a casa, otro día más. Bajaba despacio hacia el andén por las escaleras mecánicas observando desde arriba con cara inocente escuchando [“warning sing” de cold play], pensando en el baño que me esperaba aquella noche al llegar, uno caliente, pero sola.
Llegué sin prisa al suelo, y esperé al metro como cada día.
-Un minuto-articulé en mis labios los minutos que quedaban por venir.
Justo antes de que apareciera , me di cuenta de como me observaba un chico allí mismo, iba vestido entero de negro con una maleta que pertenecía a un instrumento pequeño. Justo me olvidé de él y cambié de visión porque el tren estaba frente a mí. Se abrió la puerta, entré y me senté. Él misterioso chico hizo lo mismo, entró por esa puerta (la cual no le venía bien) y se sentó frente a mí. Me estaba mirando fijamente. Como me sentí ridícula con el moño cómodo que llevaba, me solté el pelo aparatosamente, ya que tenía los cascos de música puestos y he de reconocer que a todo volumen. Busqué mi espejo y vi como de reojo seguía con la vista en mí. Me puse nerviosa y le sonreí, contestándome con otra muy natural. En aquel instante , como no me vino a la cabeza algo que lo interrumpió. Mi cartera, me la había dejado en el bar. Me bajé en la siguiente parada, que era la estación de autobús de Chamartín. Me levanté olvidando todo aquel asunto de ligar, hasta que observé como él se levantaba justo en aquella parada. Salí de nuevo con música en mis oídos hasta que noté una presencia que pertenecía a un chico alto y moreno, de pelo corto que me saludaba. Él.
-Hola- hoy dos veces a través de la melodía de mi casset.
Me arranqué los enormes cascos y le miré.
-¿Eso qué llevas ahí es un saxofón? –dije impulsiva sin decir ni un hola.
Yo toco el saxofón, claro.
-No, es una trompeta-contestó con una voz monótona. Era tímido, se le notaba en el tono.
-¡AHH! Genial, yo toco el saxofón.
-¿Y cuánto llevas tocando, desde cuándo?-preguntó muy simpático.
-pues, unos diez años llevo con él. ¿Y tú con la trompeta?
-yo…no demasiado, veras… vengo de tocar de la academia del centro. Y de tocar el piano.-dijo como si le diera vergüenza decirlo.-por cierto, yo soy Luis.
-Encantada, soy cris. Es cierto, siempre se me olvida presentarme.
Ya estábamos subiendo las escaleras mecánicas. Yo estaba dos escalones más arriba, por fín le vi cara a cara. Era guapísimo, tenía facciones de niño a pesar de tener unos veintitrés años, y unos ojos no demasiado grandes ni muy rasgados azul grisáceo. Mis favoritos. Además su piel era blanca y uniforme. Me gustó su estilo de vestir sencillo y toda su ropa era negra como su pelo. Como el chico de mi historia, yo describí a aquel chico, lo había casi diseñado yo para mí, los instrumentos, el pelo negro, altura de un metro noventa y esos ojos, podía sentir que casi los poseí desde hace tiempo.
-¿Vas de viaje?-preguntó al ver que me bajaba en la parada de autobuses.
-No, no. ójala. tengo que volver al trabajo que me he dejado la cartera. Un desastre.
El final de las largas escaleras, pero ínfimas me parecieron aquel día, llegaron a su fín.
-Bueno yo me quedo aquí.-dijo.
Y como una estúpida le dije adiós y seguí mi camino y él el suyo.
¿Por qué no le dije nada? ¿y él a mí? Creo que le parecí más pequeña e infantil de lo que soy, siempre me pasa lo mismo. O quizás no se atrevió y le invadieron los nervios igual que a mí.
Bajé al andén llena de rabia, como si se fuera un familiar para siempre. él se iba para siempre. Al llegar abajo caí en ello y como una loca subí corriendo a la estación, pero era tarde, no le ví. Solo quedaba otra gente, casi todo extranjeros, madres con niños dormidos y hombres que me miraban lascivamente. Me fui, era la una de la madrugada. No era hora para andar por aquella zona. Llegué a casa con el humor por los tobillos.
Me senté en mi cama y me desvestí hasta quedar en un sujetador de algodón tipo top y un short negro.
Aquella noche encontré un camino para seguir que me hubiera traído sorpresas, lo presientí.
Me puse un pantalón de pijama y sin cenar si quiera, me puse a tocar la guitarra casi toda la noche de luna llena. Todo eran señales.
Al día siguiente libraba y me desperté, sobre la sábana con la melena castaña revuelta. Salté de la cama para buscar en internet la academia que Luis me dijo. Había tres. Llamé a todas para averiguar en cuál de ellas impartían clases de trompeta. En dos de ellas.
-¡Sí!-grité haciendo un gesto con la mano.
Era viernes, las academias estaban abiertas. Esta vez si desayuné, y me puse un vestido verde claro que se ata por detrás con un lazo y tiene cuello de camisa, pero redondo. Estaba dispuesta a encontrarle. El amor no me había dejado hasta ahora mal sabor de boca, besos falsos, mentirosos y falsos. Siempre me habían atraído los chicos que tocaban instrumentos, y no es fácil encontrar a uno que no sea “friki” y encima guapo.
Cuando llegué a la primera academia, guiada por un mapa impreso, entré. En las dos tocaban la trompeta, y el las dos había un Luis que tocaba la trompeta. Me senté a pensar en una plaza centrada entre las dos. Idea. Le dejaré una nota a las dos. O no, eso sería muy raro. Entré como una pesada de nuevo en la primera y le interrogué de nuevo a la chica de recepción. Se le notaba que no quería ver a un cliente más, y menos a mí , por su forma de mascar el chicle.
-Perdona,¿Luis, el chico de la trompeta, es moreno y tiene alrededor de los veinticinco años?
-Y yo que sé, ¿me ves con cara de adivina?-me dijo muy arrogante.
-Verás, necesito saberlo.
-¿Por qué? ¿sois familia?
-No…pero le conozco.
-Llámale.
-Ese es el problema que no tengo su número.-respondí casi rezando.
-¿Hay algún problema señorita?-preguntó una voz grave, parecida a las de doblaje.
Miramos las dos a la vez.
-Ram, esta chica quiere saber información confidencial de los alumnos.
-No, solo de un chico, toca la trompeta y quiero saber si está en esta academia o en la otra de la calle Fuil.
-Acompañamé, yo soy el profesor de piano y guitarra.
En su despacho le conté la historia y muy sorprendido me dijo:
-Me sorprende que tanto te haya afectado, pero has tenido suerte, es mi alumno.-sonrió.
-¿De verdad? Le dejaré solo una nota, y me iré, no molestaré más.
Escribí: ”Hola Luis, soy cristina, la chica del otro día en el metro. Este es mi número 678997657, llámame si quieres. Te encontré”
-Muchísimas gracias, se lo daré esta mañana cuando venga.
-¿mañana ya?-pregunté alocada.
Me fui con adrenalina de sobra.
Dos días de espera y me mandó un mensaje: “hola soy Luis. Me fui sin decirte nada, al menos has sido más lista que yo. ¿Te gustaría venir esta noche a la cafetería RDD? Está en metro Gran vía. Si te parece allí a las diez”.
Le respondí afirmativamente, por supuesto.
Cuando me duché, decidí alisarme el pelo y elegí un modelito de un vestido negro con flores rojas, zapatos de tacón rojo y labios cereza. Un look rockero chic.
Como no, llegué pronto. Estaba helada y nerviosa, asique temblaba no sé por cuál razón más, la verdad. Empecé a dar vueltas para distraerme a la acera y justo comenzó a llover así que abrí mi paraguas, bueno lo intenté.
-¿Te hecho una mano?-era Luis sonriente.
-Ya está-rompí el paraguas-¡Oh, mierda, digo lo siento!
-No pasa nada, no me has dado
-¡Pero si tienes sangre!
Le había clavado un pincho del extremo en la mano, con la mala suerte de que era bien puntiagudo.
-Es un rasguño, no pasa nada cris.-dijo mirándome a los ojos.
En ese instante solo me salía decirle “lo que tú digas”.
-Tengo una idea. Cambio de planes. Te voy a proponer ir a mi casa, vivo a unas paradas de aquí y tengo un botiquín muy bueno y espaguetis. Siempre que te parezca buena idea-propuse.
-Vale, me parece bien lo que tú digas-levantó las dos manos en posición de caco detenido y con una mueca con la boca muyyyy atractiva.
-¿Estás detenido?-reí.
-Sí, por ti.
Por el camino hablamos de música, de nuestro encuentro y fue muy amable conmigo.
-Este es mi portal.-dije mientras habría el ascensor.
-Pasa señorita-me abrió la puerta.
El momento en el ascensor fue bastante incómodo. A penas nos conocíamos pero la cercanía era más próxima de lo que parecía, el destino en mi cuaderno fue escrito por mí sin darme cuenta. Decidí romper el hielo.
-Vaya desastre te he hecho en la mano, me vas a empezar odiando.-hablé al fín.-Bueno ya hemos llegado.
-Vives sola-afirmó
-Sí, mis padres me dejaron este piso, tuve suerte. Siéntate en el sillón, traeré mi botiquín.
Corrí a mi habitación y cuando volví al salón estaba curioseando un libro.
-¿Te gusta Freud?-me dijo al verme entrar de nuevo.
-Sí, claro
-¿Crees qué los sueños tienen un significado, quiero decir, qué si crees que te marcan en futuro?-dijo en filosofando lentamente.
-Ahora sí.
-¿Ahora?-preguntó con el ceño fruncido.
-quiero decir, desde que leo…¡este tipo de libros!-se lo quité de las manos.-te curaré, no quiero hemorragias en casa.
Tenía la mano templada, en comparación con la mía helada.Me di cuenta de algo curioso, me estaba mirando con la misma cara que en el metro y decidí dedicarle la misma sonrisa.[“todo está perfecto” de maldita Nerea]
Cuando menos me esperaba se me acercó y me besó. Ocurrió rápido y cuando me di cuenta estábamos en mi sillón dando vueltas, besándonos , quitándonos todo, como a mí me gusta, surgiendo las cosas cuando menos te las esperas.[el secreto de las tortugas]” improvisando el guión definitivo” que ya estaba escrito, pero faltaba por retocar y grabar por nuestros propios ojos. Ya estaba listo, y todo en mi mejor cumpleaños.
[la raya, maldita nerea]